27 de abril de 2013

El canto de niños de la calle

Revista Siempre!

Alejandro Alvarado

En La reina del cine Roma (Premio Lipp 2012), novela de Alejandro Reyes, se aborda la temática de los niños de la calle en Salvador Bahía, Brasil, donde el escritor mexicano vivió durante nueve años. En ese tiempo tuvo contacto y se ganó la confianza de muchos niños de la calle que le contaron su vida. Y ahora nos describe las situaciones extremas que viven, condiciones desgarradoras de sufrimiento cotidiano, difíciles de digerir por estar encarnadas en seres que comienzan apenas a vivir y no tienen alternativas ni salidas a su viacrucis. La historia de la novela pone sobre la mesa una forma diferente de percibir a estos párvulos contraria al concepto negativo que muchas personas se han formado de ellos. En esta charla relata la experiencia.

—Casi en cada página de mi novela, La reina del cine Roma (Random House Mondadori) hay pedacitos de alguna historia real. Pero no es que estas historias estén transcritas. No hay una que entra tal cual en el libro, sino que de todas ellas hay pedacitos que componen personajes y momentos en el tiempo. Como ejemplo puedo contarte de mi amistad con un niño a quien traté aproximadamente un año, dejé de verlo durante otro año y cuando volví a encontrarlo ya no me reconocía: era una calavera humana buscando forma de conseguir algún dinero para el crack. Un pasaje lo compongo con su historia y con el de una niña que está devastada por el crack y llega a ofrecerme dinero por cinco reales, también en esa desesperación por conseguir dinero.

—¿Cuál es el contexto de tu roce con los niños de la calle que te llevó a escribir esta novela?

—Salvador Bahía es la primera capital del país, de una herencia esclavista muy fuerte, región de caña de azúcar y después de tabaco. Seguramente el punto de mayor importación de esclavos en Brasil y uno de los de mayor en el Continente. Es una ciudad culturalmente fascinante, pero también abismalmente desigual. Hay muchos niños en la calle. Niños que proliferaron a finales de los noventa y la primera mitad del 2000. Ahora, quizá, se vean menos, pero eso no es necesariamente positivo, es porque el narco ha creado una fuente de empleo alternativa. Desde que llegué a Salvador Bahía comencé a relacionarme con estos chavos, no como investigador sino simplemente porque me encantaba platicar con ellos. Llegó un momento en que conocí a todos los niños que pululaban en el Centro Historico.

—¿Cómo puedes retratar a estos niños de la calle?

—Son pequeños maestros, sin duda. Pienso que muchas veces uno tiene problemas y parecemos ahogarnos en un vaso de agua, y sí, pueden ser cosas duras, por supuesto, pero al ver a estos chavos inmersos en tanto dolor, padeciendo tanto horror…, pues te impresiona ver que algunos de ellos resisten y, de alguna manera, logran salir adelante. Aunque lamentablemente la mayoría se cae. Lo más difícil para ellos es mantenerse siendo ser humano, porque para los que están alrededor no son seres humanos sino basura.

—Y así se enfrentan a toda la sociedad…

—Cuando andaba en las calles de Salvador Bahía me encontré a un chavo como de catorce años, deformado y quejándose notoriamente de un dolor, me dijo que unos muchachos habían pasado en un coche y por divertirse lo habían quemado. Además de esas situaciones de violencia extrema destacan las violaciones a las niñas, la brutalidad con que se les trata. Se les considera cosas para ser usadas por cualquiera, sobre todo por la policía. Pero lo cotidiano es que pasa una pareja cualquiera y el niño es como un pedazo de mierda en la calle al que hay que darle la vuelta porque ensucia. Pese a esto ellos tienen el coraje para seguir luchando.
—La familia de estos niños también es una causa del empujón a la calle, ¿no?
—Para muestra imagina a una niña de cinco años que se te acerca y le preguntas la razón por la que vive en la calle, y ella responde: “porque me harté de que mi papá me esté violando todos los días”. ¡Que a los cinco años haya tomado esa decisión de vida es impresionante! Sin embargo, cuando convives con los niños de la calle encuentras en ellos una humanidad tan profunda, precisamente, por su edad. Es una humanidad bien cruda. En la vida de estos chavos puede recogerse un gran bagaje que enriquezca nuestras explicaciones sobre la naturaleza humana, sobre qué es el ser humano; porque entre ellos abunda la solidaridad y el amor, sentimientos tan profundos y al mismo tiempo contradictorios, un ínfimo detalle que no les gusta los cambia por completo y los llena de odio, los convierte en seres violentos que buscan la destrucción y la muerte. El sexo lo viven precozmente; para ellos es una cosa cotidiana que puede surgir en un acto de violencia, como consecuencia de una violación o manifestarse en una escena de dos niños brindándose ternura y cuidados mediante el acto sexual. Son conceptos que nos rompen los esquemas, pero nos ponen en contacto con aspectos del ser humano esenciales y profundos.
—Tu novela está escrita en caló brasileño, un lenguaje popular, un tanto ajeno a los mexicanos.
—Todos los lenguajes populares tienen una poética peculiar. Son otra onda, otro cantar. A mí, especialmente, el caló brasileño, en particular el bahiano; el bahiano inclusive en Brasil tenía una reputación de ser lento, lento… este cantar del caló de las calles es poético, muy especial. Es seguro que cualquier realidad y lenguaje con que se expresa esta realidad son indisociables. Si tú tratas de hablar de tal realidad con otro lenguaje estas distanciándote demasiado y no puedes acercarte de otra manera. John Berger dice: “para poder ver al otro tal como es necesitas tú ponerte en el lugar del otro y despojarte de tu bagaje cultural”. Claro, esto es algo que no puede hacerse pero es una aspiración y para eso necesitas adoptar el lenguaje del otro. De por sí a mí me encanta el portugués. Escribí el primer capítulo de la novela unas diez veces, diferentes narradores, diferentes voces, diferentes etcéteras, y uno de los experimentos fue éste, y me gustó tanto que decidí continuar con la novela así porque sentí que era lo que le daba sabor. Me pasaba un montón de tiempo caminando por las calles, buscando frases, cada que escuchaba una frase maravillosa la apuntaba en mi cuaderno mental e iba construyendo este lenguaje. Se escribe en portugués y luego como se señala en la introducción del libro se cuenta cómo lo hace uno para traducirlo al español.