13 de abril de 2013

Todo mundo se muere, todo mundo se va

Animal Político | 13 de abril de 2013 | Moisés Castillo

Dicen que cuando cortan el cordón umbilical vas a la deriva durante años y años. Cambio de piel, miedo a vivir. Camino despacio rumbo a la tumba. Sólo queda tu nombre insignificante. Y así es la vida de María Aparecida, protagonista de la novela La reina del Cine Roma, de Alejandro Reyes, ganadora del Premio Lipp 2012 (Mondadori, 2013). La joven prostituta de Salvador, Bahía, Brasil, se dice con hartazgo “es jodido ser mujer y bonita, más aún negra y pobre”, mientras escucha a los hombres que la miran con lujuria “ven acá, sabrosa”.

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Alejandro Reyes, escritor.

Todo era culpa de María Aparecida: la muerte de su madre, el alcoholismo de su padre, la desaparición de su hermano Pedrinho, la miseria y la violencia de las plazas. Así pensaba. No había futuro para ella ni para sus amigos callejeros el Maruim, el Calungo, el Melê y el Betinho. La historia de esos mozalbetes fue cortada por la misma tijera, al menos en la parte sustancial. Huyeron de sus casas por la violencia, por la falta de cariño de sus padres. Primero la calle que ser golpeado porque sí.

La reina del Cine Roma no sólo retrata los bajos fondos de esa ciudad brasileña, sino también la forma en que sobreviven niños-jóvenes que sienten que no sirven para nada. En medio de este ambiente desolador surge una historia de amor, un amor impensable y amargo entre María Aparecida y Betinho. Una relación entrañable pero a la vez tormentosa que comienza en el viejo y abandonado Cine Roma, que es controlado por el temible Capitán Gay, un viejo pederasta que hace negocio con los turistas prostituyendo a jovencitos.
Un día terminó la función en el cine. El Capitán pretendía hacer mucha plata con aquella niña que bañadita y arreglada sería la sensación entre los extranjeros. Pero Betinho con una voz agresiva le advirtió al padrote “¡Nadie se mete con ella! ¿Entendió?”. El Capitán sólo se rió burlonamente, sacó un revólver y se lo puso en la frente: “escucha bien, hijo de puta. No te estoy preguntando. Te estoy mandando… no me jodas si no quieres que te meta un tiro y a tu noviecita también. Mañana la quiero lista a las seis”. ¿A dónde ir? Estaban hartos de ser los mismos.

Lejos queda esa escena divertida –quizá uno de los pocos momentos alegres de esta novela feroz- que armaron los integrantes de la pandilla. Un show que montaron en el escenario del cine como si fuera teatro, unos tocaban con chucherías y Maruim y Betinho se vistieron de mujer, cantaron, bailaron, un verdadero espectáculo colorido. Precisamente en ese largo instante a María Aparecida la bautizaron como la reina del Cine Roma. Alguien sacó un churro de mota y la luz de la luna se encargó de lo demás.

La pluma de Alejandro –escritor chilango- está lejos de ser monótona para una historia que destila tanta violencia y sufrimiento. Gracias a su textura narrativa –originalmente fue escrita en un portugués callejero y él mismo hizo la traducción a un español chilango barrial- la novela transita de un camino espinoso a explorar las contradicciones, los miedos e ilusiones de esos jóvenes excluidos y discriminados por la sociedad. Como lo dice Betinho-Roberta: “la gente odia todo lo que es diferente, sabes, como si las diferencias fueran una afrenta personal”. Estamos frente a una novela que nos recuerda que lo único que tenemos para sobrevivir en este mundo de ruina es la esperanza.

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-¿Cómo definirías La reina del Cine Roma? Porque es de un realismo crudo…

Es difícil definir una novela porque se le encasilla en una sola interpretación. La reina del Cine Roma es una historia de sobrevivencia de niños que viven y trabajan en las calles de Salvador, Bahía, Brasil. Pero es también una novela que explora las muchas dimensiones y contradicciones del género, una novela en muchos sentidos erótica, y a fin de cuentas una historia de amor. Y sí, se le ha leído como una novela cruda y realista, que retrata el submundo de la vida urbana en Salvador, pero quizás eso habría que matizarlo pensando en los frecuentes cuestionamientos del narrador sobre la verdad y sus propias dudas sobre si lo que escribe refleja fielmente la realidad. A fin de cuentas, ¿existe una sola verdad?

-¿Cuáles fueron los retos literarios para escribir esta novela? 

La temática de la violencia y la marginalidad no es nueva, en Brasil se ha tratado tanto que llega a ser moda, como lo es ahora en México la literatura del narco y del crimen organizado. El gran desafío es cómo escribir sobre estas temáticas sin transformarlas en espectáculo. Porque en el momento que la obra literaria se convierte en fuente de entretenimiento, pierde su potencial cuestionador (y desde luego su calidad literaria).  En ese sentido uno de los grandes retos es lograr involucrar al lector no sólo como observador pasivo, sino como copartícipe en el universo social que da origen a esa violencia y en los dilemas existenciales de los personajes.

Desde luego la decisión de narrar la novela entera en la jerga popular bahiana fue en sí un gran reto. Como explico en la “Nota del traductor (que es también el autor)”, la novela la escribí originalmente en portugués callejero. Para lograrlo pasé mucho tiempo en las calles platicando con la gente y sobre todo escuchando, haciendo anotaciones mentales de jergas, dichos, albures y formas de expresión.

Otro reto importante en el contexto de la literatura brasileña fue escribir una novela con tan fuerte presencia de la ciudad de Salvador a pesar del peso de la literatura de Jorge Amado en el imaginario nacional. Son poquísimos los escritores bahianos contemporáneos que se permiten trabajar con las muchas dimensiones de la realidad bahiana, debido a una suerte de aversión profunda a la folclorización que ha sufrido esa realidad y a las referencias superficiales a la literatura amadiana por parte de las instituciones culturales en aras de la industria del turismo. Y sin embargo esa ciudad es tan intrigante que esa ausencia me parece absurda. Además, se trata de una ciudad muy diferente de la que narró Jorge Amado hace tres cuartos de siglo; una ciudad mucho más desigual, más violenta, más dura, donde conviven de forma mucho más conflictiva las tradiciones y una supuesta modernización que casi siempre violenta a la gente.

-¿Cómo describirías Salvador, Bahía? ¿Es un infierno en la tierra?

Yo no diría que Salvador es un infierno en la tierra. Al contrario, es un lugar pulsante de humanidad. Lo que a mí personalmente me impacta de esa ciudad es la convivencia simultanea entre lo mejor y lo peor del ser humano, la belleza extrema y el horror, la luz y la oscuridad. El fervor de una jovialidad desmesurada conviviendo con un sufrimiento extremo; una alegría muchas veces desesperada. Salvador fue la primera capital del Brasil y el estado de Bahía fue uno de los mayores importadores de esclavos en Latinoamérica en el periodo colonial. La herencia de la esclavitud se manifiesta no sólo en la desigualdad, la explotación y la discriminación, sino también en la resistencia, la profundidad de la cultura afrobrasileña, las religiones, la capoeira, la relación con el cuerpo y una noción muy distinta del tiempo.

Desgraciadamente hay muchos lugares en México y el mundo de pobreza y desigualdad similares, y cada vez hay más. Una de las características más preocupantes de la fase actual del capitalismo es la producción sistemática de una población excedente que no le sirve al sistema. No se trata ya solamente de una población de reserva de mano de obra explotable, sino de personas que ni siquiera como obreros explotados tienen lugar. Y el principal “depósito” de este excedente humano son las periferias de los grandes centros urbanos.

-¿Por qué decidiste que Betinho fuera quien contara esta historia?

La narración en primera persona te permite inyectarle a la novela las ambigüedades propias de la subjetividad. Y creo que las propias ambigüedades de ese personaje permiten crear muchas capas de interpretación. Sus conflictos de identidad sexual, su propia historia personal que orienta sus decisiones y su necesidad de proteger a María Aparecida, las marcas del sufrimiento personal que se reflejan en su narración, su contradicción interna como malandro callejero y su ternura femenina… Su incapacidad de narrar una historia objetiva, sobre todo cuando describe cosas que no vio ni vivió y sólo puede imaginar, como cuando se separan y él está viviendo su propio dilema en Río de Janeiro, me parece que enriquece a la novela y permite diversas interpretaciones.


-Me parece que el tema central es la esperanza. ¿Cómo encontrar y mantener esa ilusión de una vida mejor en un entorno sin oportunidades?   

Imposible dejar de hacerse esa misma pregunta cuando uno ve a los niños y niñas que viven o trabajan en las calles, que sufren tantas vejaciones y que sin embargo siguen luchando y apostándole a una vida mejor. No todos lo logran, desde luego; de hecho la gran mayoría tiene vidas cortas, trágicas y violentas. Pero aquéllos que continúan luchando son una verdadera inspiración. ¿Cómo lo hacen? Ese es el misterio. Es algo así como lo que Camus pensaba sobre el mito de Sísifo: que es imperativo imaginarnos a Sísifo feliz.
-María Aparecida, Cida o Priscila es una joven de tres rostros que siempre espera. ¿Por qué tiene que cargar esta cruz toda su vida?

No lo sé. ¿Por qué hay gente que tiene que cargar cruces tan pesadas? Es lo mismo que Betinho se pregunta constantemente. En general las vidas de los niños y niñas que viven y trabajan en las calles y que han perdido el vínculo con sus hogares y familias son así, compuestas de pérdidas y de ausencia. Supe de un niño con una historia así, que había sido acogido en una ONG. Una joven de clase media lo conoció y le dijo que lo adoptaría. El día de la cita ella no llegó y después de eso él regresó a las calles, se perdió en las drogas y no se volvió a saber de él. Muchos no aguantan el peso de esa cruz.

-Los personajes centrales vienen de familias disfuncionales, violentas, donde el dilema es huir para vivir o quedarse para ser infeliz, ¿el Cine Roma es una especie de refugio para ellos? ¿Existe este cine?

El Cine Roma existe, o más bien existía, en el mismo lugar donde lo describo: un enorme edificio Art Decó con cupo para mil 850 personas, fundado en 1948 y desactivado en 1985. Los habitantes de la Ciudad Baja todavía lo recuerdan con cariño, no sólo por las películas que ahí se proyectaban, sino por los conciertos de rock y de música popular brasileña que atraían a gente de las clases populares y media de la periferia de la ciudad. La novela se sitúa a finales de los noventa y en esa época el cine estaba abandonado y en ruinas, precisamente como se describe. Hace unos años fue restaurado y transformado en iglesia.
Creo que sí, el Cine Roma es un refugio para esos cinco niños que construyen su día a día con solidaridad y alegría de vivir. Pero desde luego hasta eso tiene su precio, y de eso se encarga el Capitán Gay.

-Los personajes son putas, travestis, lesbianas, ¿es una forma de reivindicar a las minorías sexuales en nuestras sociedades? ¿El escritor tiene que tener un compromiso social? 

Creo que se trata de una opción personal y no hay fórmulas sobre lo que la literatura debe ser. En mi caso, no creo en el arte por el arte ni en una literatura preocupada exclusivamente con el mundo interior. Como escritor, no puedo dejar de indagar sobre la realidad que me rodea, sobre todo al observar los horrores cotidianos de nuestro mundo. Sí creo en la literatura comprometida, aunque hay que tener mucho cuidado para no atravesar la frontera que nos lleva a la literatura panfletaria. La literatura no debe dar respuestas ni lecciones ni apuntar caminos; la literatura debe cuestionar, plantear preguntas incisivas sobre nuestro entorno social y sobre todo nuestra condición humana.

-¿Cuál es la escena que te costó más trabajo a la hora de escribir?

En realidad muchas escenas me perturbaron, sobre todo las escenas de abuso sexual. Es muy difícil imaginar lo que puede sentir una niña o un niño en esa situación para quien no lo ha vivido. En muchos sentidos escribir la novela fue una suerte de catarsis que me permitió liberarme del peso de muchas historias que escuché y presencié en las calles.

-¿Cómo fue el proceso de traducción? ¿Se convirtió en otra novela al pasarla del portugués al español? ¿Cuánto tiempo te llevó en escribirla y traducirla?

Como explico en la “Nota del traductor”, lo más difícil fue dar con los criterios para la traducción. ¿Cómo traducir una novela escrita enteramente en un lenguaje popular callejero repleto de jerga y expresiones locales? La opción generalmente adoptada en esos casos es la adaptación a otra jerga y a otro registro popular. Pero la riqueza del lenguaje popular reside justamente en su capacidad de expresar el contexto local como ningún otro lenguaje puede hacerlo, y la realidad más global desde un punto de vista muy particular. Por lo tanto, la adaptación a un registro lingüístico propio de otro contexto traiciona el sentido original. La solución fue crear un lenguaje híbrido que mantuviera mucho del portugués. En muchos sentidos sí, el resultado es una obra distinta. La novela me llevó poco más de seis meses para escribirla, un tiempo muy corto para una novela de ese tamaño. Pero en la traducción me tardé más, unos ocho meses, más o menos.