16 de abril de 2013

De mi desesperación ante los espacios pequeños y una niña que tiene un cine para ella sola

Letras Explícitas
 
Por Orfa Alarcón

Ahora que todo mundo habla bien de La reina del Cine Roma, ahora que la prensa le pone atención a Alejandro Reyes y que todo mundo alaba su prosa, yo puedo alardear de haber sido de las primeras personas en México que leyó tan extraordinaria novela. De hecho, cuando yo la leí aún no era libro, era apenas un engargolado de hojas blancas tamaño carta, empolvado e ignorado en la oficina de una editorial.

Esa novela fue uno de los mayores hallazgos que hice en aquella época de mi vida, en la que estaba encerrada en una diminuta oficina, pecerita transparente donde el calor se encerraba y el polvo se quedaba perpetuamente a vivir en la alfombra. Por eso en cuanto me asignaron ese espacio no pude descansar hasta dejarlo limpio, y a los quizá más de cien manuscritos ignorados y olvidados por el editor anterior no podía (no tuve corazón) simplemente arrojarlos a la basura.

Me di a la tarea de revisar todo ese material. Aunque ya tengo el callo editorial para identificar rápidamente si un manuscrito:

a) no vale la pena,
b) podría valer la pena o
c) definitivamente vale la pena,

revisar tantos escritos, sin dejar de lado las otras interminables tareas editoriales, resultaba extenuante día con día. Porque claro, no sé cuántos días me tardé, había manuscritos ahí que hacía años debían haber recibido una respuesta, aunque fuera negativa.

El escritor mexicano Alejandro Reyes, autor de la novela. Foto: Premio Literario LIPP La Brassiere. 
El escritor mexicano Alejandro Reyes, autor de la novela. Foto: Premio Literario LIPP La Brassiere.

Y un día vi el título La reina del Cine Roma, me imaginé una novela nostálgica escrita por algún viejito, abrí con pereza el texto, y al leer las primeras líneas perdí todo aburrimiento y quise más. Otra página. Otra. La novela de Alejandro me atrapó desde el primer momento, no podía entender cómo alguien podía escribir así sin que las editoriales nos hubiéramos dado cuenta. No podía creer el descubrimiento que había hecho.

No llevaba ni tres páginas leídas cuando le marqué al autor para preguntarle si aún estaban libres los derechos de su libro. No esperé a terminar de leerla, no esperé a solicitar un dictamen ni esperé a llevar el libro a comité editorial. Le llamé al autor ahí, desde mi pecerita, en ese momento. Claro que no le dije que estaba fascinada, ni que nunca había leído a nadie que escribiera como él, ni que por favor, por favor, por favor, no fuera a irse con la competencia.

Uno no necesita pasar muchísimo tiempo con alguien para poder decirle “amigo”, es más uno no necesita siquiera haberlo conocido en persona. Hemos hablado pocas veces por teléfono, una de las últimas llamadas que le hice fue para decirle que dejaba ese trabajo, me mudaba de ciudad, y que su reina y su Cine Roma se quedaban en buenas manos. También le dije que había dejado todo encaminado para que metieran su novela al Premio Lipp, y que tenía que ganar, no podía haber una novela mejor. Ya saben el resto de la historia: obviamente ganó.

No sé si Alejandro me considera su amiga, ojalá que sí. Yo lo considero mi amigo porque a mis amigos yo los admiro y respeto, porque a mis amigos yo quiero copiarlos, y dicen que la imitación es una de las mayores muestras de admiración.

Y es que Alejandro Reyes ha logrado algo con lo que todos los escritores de este país soñamos: poseer un lenguaje propio. Más allá del ritmo, la anécdota inverosímil y por lo mismo verosímil, la prosa, los personajes y los ambientes, eso del lenguaje propio es invaluable. Una niña suelta la mano de su hermanito y ambos se pierden en las calles. Puede ser el inicio de una pesadilla, pero también el inicio de una obra magistral.

La literatura mexicana ha venido a enriquecerse todavía más con la obra de Alejandro, y ya queremos una nueva novela.


Escritora y editora, autora de Perra Brava (Planeta, 2010). @orfa