Basada en las obras Capitanes de Arena (de Jorge Amado) y La reina del Cine Roma, la exposición JANELAS, creada por el artista Henrique Monteiro, tuvo lugar del 9 al 24 de abril de 2016, en el Auditorio Toca da Bruxa, al lado de la histórica Iglesia de Piedra en San Tomé das Letras (Minas Gerais).
Habría jurado que Alejandro Reyes es brasileño. En parte por inculta,
claro, y otro tanto por la forma natural con que construye La reina del Cine Roma,
sirviéndose de un aséptico juez-narrador que habla de un Brasil cruel,
asignado a los más vulnerables: niños indigentes; con la fluidez y el
caló de quien lo vive a diario.
Pero no. Alejandro Reyes es mexicano, residente en Brasil desde 1995.
La nombrada novela la escribió en portugués y, más tarde, se encargó de
su traducción al español (¿o reescritura?); tarea de alto grado de dificultad pues a la sesosa
y sensible labor de trasladar el significado y la estética concebida,
se acuñó el mundo íntegro en el que María Aparecida y Betinho se
provocan al límite: el Cine Roma y sus alcances.
Entre personajes bien construidos en su derrumbe (su desfigurada familia, Pedrino, Betinho, Chico…),
va y viene la esperanza, siempre la misma, que busca alejarse del
desprecio y el dolor. Sin embargo, María Aparecida parece ser el
detonante de todo lo contrario: nadie permanece a su lado sin pagar el
precio. Un triste amuleto que será principio y fin para todos los que
ella ama.
No sé quedarme fría, Betinho, lo sabes bien. Soy así, ni modo.
A pesar de consolidar un amor de familia, los ataques de ira de la también llamada reina
y la combinación de los demonios de ambos sofocó las muchas casas
improvisadas que levantaron. El enamoramiento en todos los sentidos no
alcanzó para sopesar la hostilidad de la calle, la búsqueda individual.
Así, acumulando desastres por separado y explorando la inmundicia que
sólo se reserva para la gente, estos jóvenes (ni niños ni adultos)
alcanzaron un titánico deseo que sabían nunca llegaría: el amor que
cimienta un hogar. ¿Pues qué otro espacio se puede replicar que no sea
el conocido?
María Aparecida y Betinho son amigos inseparables, los dos se criaron
en las calles de Salvador de Bahía, en donde viven en un cine
abandonado, el Cine Roma. Juntos hacen frente a la dura realidad del
mundo que los rodea. Un día sus vidas se separan, él se irá a vivir a
Río de Janeiro, ella se convertirá en prostituta; al encontrarse de
nuevo intentarán buscar la felicidad, aunque en la violenta realidad de
esa ciudad brasileña, inmersos en el mundo de la prostitución y las
drogas la esperanza de lo que puede ser una vida mejor es lo único que
tienen.
La reina del cine Roma es la ganadora del Premio LIPP 2012 ha sido
reconocida por la crítica y sus lectores como una de las mejores novelas
de ese año. La reina del cine Roma es una historia de supervivencia y
esperanza, un crudo relato de lo que puede ser la vida en las calles
para los niños en las legendarias favelas brasileñas, tan apegada a la
realidad que pudiera pasar por un documental. La novela resulta una
catarsis obligada para quien es testigo de este tipo de abusos, Alejando
Reyes logró dar un sentido a las historias que presenció durante los
años que vivió en Brasil.
Lejos de convertir la historia de María Aparecida y Behinho en un
espectáculo que gira alrededor del morbo, Reyes logra una bella obra
narrativa que nos permite asomarnos al lado más humano de los que son
víctimas de la deshumanización. Una crítica, un llamado de alerta a la
sociedad para que fije la vista en los actos que corroen las entrañas
de las ciudades, porque esta historia pudo ser ambientada en cualquier
ciudad del mundo.
En una entrevista para Contrasentido Alejandro Reyes nos habla
de la manera en que vivió y sobrevivió humanamente la experiencia que
dio origen a esta novela. También nos habla un poco sobre su compromiso
social con México, de su trabajo como periodista en estos momentos de
crisis social.
Por hacer un oscuro, pero esperanzador retrato de
los niños en situación de calle, que sobreviven en los bajos fondos de
Salvador de Bahía, Brasil, así como por su singular textura narrativa, al hacer uso de un lenguaje callejero, La reina del cine Roma, novela de Alejandro Reyes (DF, 1963), fue la ganadora del Premio Lipp 2012.
La historia gira en torno a las vicisitudes de María Aparecida, de
nueve años de edad y Betinho, de 11, cuya amistad se convertirá en un
antídoto para enfrentar la brutal realidad en la que deben sobrevivir.
Inmersos en los límites del sufrimiento, un día sus destinos se
separan. Él irá a vivir a Río de Janeiro, ella se convertirá en
prostituta. Años después, cuando se rencuentran, la vida les ofrecerá
una nueva oportunidad.
La reina del cine Roma no es un texto documental, sino una
novela inspirada durante los nueve años que el autor mexicano convivió
con un grupo de niños en situación de calle y conoció la violenta
realidad de esa localidad brasileña, en la que la prostitución y las
drogas son parte de la vida cotidiana.
Our next stop is San Cristóbal de Las Casas in Chiapas, in the South
of the country. We take an overnight bus from Mexico City and then a
taxi into this beautiful colonial city with its pedestrianized centre
and the raised sidewalks.*
I’ll leave you for a moment in front of one of those lovely shops.
No, not to browse. Turn your back towards the street, close your eyes,
count to ten.
One – two – three – four – five – six – seven – eight – nine – ten.
Open your eyes and look straight across the road at the café on the other side.
What do you see? A stream of people wanders by, many of them
tourists. Street vendors – many of them children, all of them indigenous
– offer their bracelets, belts, rebozos (shawls), separadores de libros
(bookmarks). Yes, and what else do you see? Nothing out of the
ordinary? Exactly. Look at the güerita (blondie) sitting in the café
across the road, sipping a café con leche and reading a novel. Take a
snapshot. Print the picture, put it in a frame and title it ‘Privilege.’
Andrea Gómez de la Puente : September 2, 2013 17:50
Último palco de debates antes
de la clausura de la Jornada, un calor asfixiante en pleno invierno
brasileño, además del cansancio acumulado durante toda la semana. Camino
hacia la carpa principal, me siento en la zona reservada para
periodistas, y presentan a los oradores: Alejandro Reyes, Sérgio Vaz y Emicida.
De repente comienza, en mi opinión, uno de los mejores temas de la Jornada, Lectura de la calle. Cómo la literatura, el poder de la palabra, puede ayudar a superar los problemas de marginalidad y pobreza que asola la periferia de Brasil.
Alejandro Reyes, se pregunta cómo con el amor que tienen hacia los niños en Brasil, la llamada “Garotada”,
los niños que viven en la calle, resultan invisibles para la población.
Este escritor mexicano que pudo comprobar en primera persona la
realidad de este país cuando llegó a Salvador de Bahía. Nos cuenta la dificultad de convertir el horror cotidiano en arte, de cómo un escritor intenta transmitirlo en primera persona.
Dos
niños se encuentran de improviso en una calle de Bahía, la playa que
para los turistas es un paraíso pero que para los marginales, los que
sobreviven día a día en las calles, es su casa. María Aparecida, la
futura reina del cine Roma, y Beto, Betinho, dos desamparados que al
conocerse sabrán lo que es la amistad y también la vida dura que ofrece
la calle.
Sin embargo Alejandro Reyes, un escritor trotamundos que lo mismo ha
vivido en Francia que en Estados Unidos y claro, en Brasil, no se solaza
contando las desventuras en el tono miserabilista que muchas veces se
utiliza para retratar los bajos fondos. Por el contrario, Reyes le da
voz a uno de esos niños que de otra forma serían sólo parte del paisaje.
En el lenguaje está la clave de la novela, en la forma amena y ligera
que se conduce logrando mezclar el tono tan característico del
portugués brasileño, el caló de las calles sin utilizar ningún tipo de
localismo mexicano que metamorfosee a los hablantes en barriobajeros
chilangos. Sin necesidad de muchas notas al pie, uno va entendiendo los
giros verbales y demás palabras. Pronto uno dice bacán, rapaz, la moral,
traveco y entiende otras tantas sólo con el contexto.
La novela rompe muy a menudo “la cuarta pared”, de improviso el texto
nos interpela como lectores, nos echa en cara nuestros deseos
profundos, la hipocresía al descubrirnos frente a una escena donde una
niña es embellecida para luego ser vendida. No hay un narrador
omnisciente que lo sepa todo, pero sí un contador que nos cuenta la vida
por parte de sus amigas y amigos, de sus desventuras y sus decisiones.
La ciudad, con sus padres de la teología de la liberación, sus
travecas que hacen shows en centros nocturnos, sus carros alegóricos
durante los carnavales, los miles de inmigrantes que llegan a diario
buscando una “vida mejor”, los traficantes de silicón industrial, los
vendedores de coca, los policías y demás personajes se nos ofrecen como
una épica de la miseria que sucede cotidianamente.
Reyes sabe de lo que habla, no se queda en la mera anécdota, sino que
nos hace estar ahí, en medio de esa historia de amistad. Nos cuenta de
las orixas y los mestres de capoeira, de la misoginia y el abuso que es
cosa de todos los días en las calles de una ciudad que para unos es
paraíso y para otros, como decía, simplemente su vida.
¿Qué personaje podría ser reina de un cine abandonado? ¿A quién
puede coronarse como "la reina del Cine Roma"? El escritor Alejandro
Reyes ha sembrado desde el acertado título (La reina del Cine Roma) esta
incertidumbre, porque si bien acota a una fantasía, también dejará una
marca en el lector a través del derrotero de un pequeño grupo de niños
de la calle.
Ambientada en el Salvador de Bahía, Brasil, de los noventas
finiseculares, esta novela es un vaivén de emociones intensas que centra
todo su poderío en una cruda trama: la prostitución infantil. Los
personajes son, principalmente, una niña negra a la que se reconocerá
como ‘María Aparecida' y un chico gay llamado ‘Betinho', ambos
indigentes y cuya historia particular está marcada por la miseria y el
abuso sexual. Y sin embargo, no todo es desesperación, angustia, temor.
Hay en La reina del Cine Roma una ternura inmensa y una apuesta
estética. Como escribe Jonás Domínguez en SuplementodeLibros.com: "en
esta novela el lenguaje es también protagonista: el caló bahíano
traducido a varios registros del español latinoamericano crea una
especie de código" entre el narrador y el lector".
Entonces, ¿es la reina una prostituta o un travesti? Vale la pena
preguntarlo porque evidentemente no se trata de una competencia. La
apuesta de Alejandro Reyes es fulminante: sus personajes trastocarán al
lector a través de una experiencia literaria en la que sobrevivir
equivale a resistirse a perder el poco sentido de humanidad existente.
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Uno de los restaurantes más famosos de París es el
Lipp La Brasserie, ubicado en el barrio de Saint Germain de Prés. En ese
lugar desde hace más de un siglo se han reunido escritores, filósofos,
psicoanalistas, músicos y actores.
Para 1935 los propietarios
crearon un premio literario con el nombre del lugar, que es estimado
como uno de los más prestigiados. Hace un par de años se abrió una
sucursal de ese establecimiento en la Ciudad de México, y desde 2011
otorga un galardón similar. La convocatoria se hace a las editoriales,
quienes presentan a autores menores de 40 años que no hayan recibido
ningún galardón y sus obras estén por publicarse.
En 2012 se
entregó el premio a Alejandro Reyes, escritor, periodista, traductor,
activista, estudioso y viajero. Ha escrito en portugués el libro de
cuentos Vidas de rua (Vidas callejeras), así como el ensayo Vozes dos
poroes (Voces de los sótanos) sobre la literatura marginal brasileña, y
en español Cuentos mexicanos. Durante varios años vivió en Brasil y
trabajó con los niños de la calle. Las experiencias tenidas le dieron el
tema para la novela distinguida: La reina del Cine Roma (Mondadori.
Col. Literatura; México, 2013. 324 p.).
La historia cuenta cómo
María Aparecida y Betinho llegan a vivir a las calles de Salvador de
Bahía. Luego trata de su encuentro, relaciones con otros niños y modos
de existencia. Después del cambio de albergue a una iglesia abandonada e
inicio de otros vínculos que los llevarán a la prostitución y
degradación; así como al establecimiento de lazos con sus semejantes
para resistir los severos e inverosímiles sucesos que ocurrirán.
Alejandro
Reyes en esta novela no sólo hace una narración detallada de las
maneras en que existen los niños de la calle, sino que resalta la
esperanza y solidaridad como artilugios de la subsistencia. Los pequeños
se encuentran desamparados por su edad y falta de familia. Ante esto
personas y grupos abusan de ellos sometiéndoles y vejando. La
indignación los lleva a la camaradería para ayudarse, así como a un
entendimiento entre sí. El resultado es la formación de un grupo unido
por afectos, que les da un sentido y confianza para alcanzar lo que
pretenden. De esta manera la simpatía mutua será uno de los caminos para
dejar de ser objetos y volverse sujetos que enfrentan y anhelan.
Alejandro
Reyes ha escrito una de las mejores novelas recientes al recuperar de
manera directa, sin ningún tipo de adorno lingüístico ni trama
distractora, la realidad de esos niños ignorados que pululan en las
calles latinoamericanas. Novela dura en cuanto al tema, pero cautivante
por resaltar la esperanza como forma de transformación.
En La reina del cine Roma (Premio Lipp
2012), novela de Alejandro Reyes, se aborda la temática de los niños de
la calle en Salvador Bahía, Brasil, donde el escritor mexicano vivió
durante nueve años. En ese tiempo tuvo contacto y se ganó la confianza
de muchos niños de la calle que le contaron su vida. Y ahora nos
describe las situaciones extremas que viven, condiciones desgarradoras
de sufrimiento cotidiano, difíciles de digerir por estar encarnadas en
seres que comienzan apenas a vivir y no tienen alternativas ni salidas a
su viacrucis. La historia de la novela pone sobre la mesa una forma
diferente de percibir a estos párvulos contraria al concepto negativo
que muchas personas se han formado de ellos. En esta charla relata la
experiencia.
—Casi en cada página de mi novela, La
reina del cine Roma (Random House Mondadori) hay pedacitos de alguna
historia real. Pero no es que estas historias estén transcritas. No hay
una que entra tal cual en el libro, sino que de todas ellas hay
pedacitos que componen personajes y momentos en el tiempo. Como ejemplo
puedo contarte de mi amistad con un niño a quien traté aproximadamente
un año, dejé de verlo durante otro año y cuando volví a encontrarlo ya
no me reconocía: era una calavera humana buscando forma de conseguir
algún dinero para el crack. Un pasaje lo compongo con su historia y con
el de una niña que está devastada por el crack y llega a ofrecerme
dinero por cinco reales, también en esa desesperación por conseguir
dinero.
—¿Cuál es el contexto de tu roce con los niños de la calle que te llevó a escribir esta novela?
Adolescentes envueltos en una historia de amor donde la esperanza es una salvación; María y Betinho apuestan por la felicidad
La historia de María Aparecida y Betinho. Telón de fondo,
un cinematógrafo abandonado (Cine Roma) y las calles de Salvador de
Bahía. Amor, desamparo, desesperanza y dolor: horcones que sostienen la
existencia de este par de personajes que calan hondo en los sentimientos
del lector.
“Viví 9 años en Brasil y conviví con niños, y jóvenes de la calle de
Salvador de Bahía. En esta novela recreo muchas de sus historias. Me
baso en mi experiencia de labor con ellos, pero me interesaba crear un
cosmos que tuviera incidencia universal. María y Betinho pueden ser
adolescentes mexicanos, colombianos o peruanos”, declaró para La Razón
el periodista y escritor Alejandro Reyes.
La reina del Cine Roma (Mondadori, 2013) está narrada en primera
persona con trazados de estilo indirecto: Reyes entrega unos folios en
los que la adhesión y el amor presagian la eventualidad de la
confidencia. Lenguaje sinuoso que se desborda constantemente en el habla
popular de unos interlocutores muy bien delineados en sus gestos
dramáticos. Frases que configuran el trasfondo y las secuelas de las
duras circunstancias que enfrentan los personajes.
El destino de María Aparecida como prostituta, la separación de los
amigos y el reencuentro. La amistad fructifica en la espiral de la
orfandad. La búsqueda del sosiego, utopía quebrada por los escenarios
que asfixian a este grupo de seres marginados.
Novela ganadora de la segunda convocatoria del Premio Lipp La
Brasserie, 2012, por “el aliento universal que muestra el retrato de un
grupo de marginados y habitantes de los bajos fondos de Salvador de
Bahía, Brasil; así como la textura narrativa que dota a la obra de un
universo lleno de intensidades...”, según el jurado conformado por
Rafael Pérez Gay, Xavier Velasco, Cristina Rivera Garza y Silvia Molina,
entre otros destacados escritores mexicanos. Interesante incursión de
un narrador mexicano en los espacios de la marginación en el Brasil
contemporáneo. Alejandro Reyes pone de manifiesto sus virtudes
imaginativas. Texto que hace un incitante dibujo de la incuria. Gozoso, y
también marcado por la cabalgante caligrafía del desconsuelo. Un libro
que no deja indiferente a nadie.
Ahora que todo
mundo habla bien de La reina del Cine Roma, ahora que la prensa le pone
atención a Alejandro Reyes y que todo mundo alaba su prosa, yo puedo alardear de
haber sido de las primeras personas en México que leyó tan extraordinaria
novela. De hecho, cuando yo la leí aún no era libro, era apenas un engargolado
de hojas blancas tamaño carta, empolvado e ignorado en la oficina de una
editorial.
Esa novela fue uno de los mayores hallazgos que hice en aquella época de mi
vida, en la que estaba encerrada en una diminuta oficina, pecerita transparente
donde el calor se encerraba y el polvo se quedaba perpetuamente a vivir en la
alfombra. Por eso en cuanto me asignaron ese espacio no pude descansar hasta
dejarlo limpio, y a los quizá más de cien manuscritos ignorados y olvidados por
el editor anterior no podía (no tuve corazón) simplemente arrojarlos a la
basura.
Me di a la tarea de revisar todo ese material. Aunque ya tengo el callo
editorial para identificar rápidamente si un manuscrito:
a) no vale la pena,
b) podría valer la pena o
c) definitivamente vale la pena,
revisar tantos escritos, sin dejar de lado las otras interminables tareas
editoriales, resultaba extenuante día con día. Porque claro, no sé cuántos días
me tardé, había manuscritos ahí que hacía años debían haber recibido una
respuesta, aunque fuera negativa.
El escritor mexicano Alejandro Reyes, autor de la novela. Foto: Premio Literario LIPP La Brassiere.
Y un día vi el título La reina del Cine Roma, me imaginé una novela
nostálgica escrita por algún viejito, abrí con pereza el texto, y al leer las
primeras líneas perdí todo aburrimiento y quise más. Otra página. Otra. La
novela de Alejandro me atrapó desde el primer momento, no podía entender cómo
alguien podía escribir así sin que las editoriales nos hubiéramos dado cuenta.
No podía creer el descubrimiento que había hecho.
No llevaba ni tres páginas leídas cuando le marqué al autor para preguntarle
si aún estaban libres los derechos de su libro. No esperé a terminar de leerla,
no esperé a solicitar un dictamen ni esperé a llevar el libro a comité
editorial. Le llamé al autor ahí, desde mi pecerita, en ese momento. Claro que
no le dije que estaba fascinada, ni que nunca había leído a nadie que escribiera
como él, ni que por favor, por favor, por favor, no fuera a irse con la
competencia.
Uno no necesita pasar muchísimo tiempo con alguien para poder decirle
“amigo”, es más uno no necesita siquiera haberlo conocido en persona. Hemos
hablado pocas veces por teléfono, una de las últimas llamadas que le hice fue
para decirle que dejaba ese trabajo, me mudaba de ciudad, y que su reina y su
Cine Roma se quedaban en buenas manos. También le dije que había dejado todo
encaminado para que metieran su novela al Premio Lipp, y que tenía que ganar, no
podía haber una novela mejor. Ya saben el resto de la historia: obviamente
ganó.
No sé si Alejandro me considera su amiga, ojalá que sí. Yo lo considero mi
amigo porque a mis amigos yo los admiro y respeto, porque a mis amigos yo quiero
copiarlos, y dicen que la imitación es una de las mayores muestras de
admiración.
Y es que Alejandro Reyes ha logrado algo con lo que todos los escritores de
este país soñamos: poseer un lenguaje propio. Más allá del ritmo, la anécdota
inverosímil y por lo mismo verosímil, la prosa, los personajes y los ambientes,
eso del lenguaje propio es invaluable. Una niña suelta la mano de su hermanito y
ambos se pierden en las calles. Puede ser el inicio de una pesadilla, pero
también el inicio de una obra magistral.
La literatura mexicana ha venido a enriquecerse todavía más con la obra de
Alejandro, y ya queremos una nueva novela.
Escritora y editora, autora de Perra Brava (Planeta,
2010). @orfa
Dicen que cuando cortan el cordón umbilical vas a la deriva
durante años y años. Cambio de piel, miedo a vivir. Camino despacio
rumbo a la tumba. Sólo queda tu nombre insignificante. Y así es la vida
de María Aparecida, protagonista de la novela La reina del Cine Roma,
de Alejandro Reyes, ganadora del Premio Lipp 2012 (Mondadori, 2013). La
joven prostituta de Salvador, Bahía, Brasil, se dice con hartazgo “es
jodido ser mujer y bonita, más aún negra y pobre”, mientras escucha a
los hombres que la miran con lujuria “ven acá, sabrosa”.
Alejandro Reyes, escritor.
Todo era culpa de María
Aparecida: la muerte de su madre, el alcoholismo de su padre, la
desaparición de su hermano Pedrinho, la miseria y la violencia de las
plazas. Así pensaba. No había futuro para ella ni para sus amigos
callejeros el Maruim, el Calungo, el Melê y el Betinho. La historia de
esos mozalbetes fue cortada por la misma tijera, al menos en la parte
sustancial. Huyeron de sus casas por la violencia, por la falta de
cariño de sus padres. Primero la calle que ser golpeado porque sí.
La reina del Cine Roma no sólo retrata los bajos
fondos de esa ciudad brasileña, sino también la forma en que sobreviven
niños-jóvenes que sienten que no sirven para nada. En medio de este
ambiente desolador surge una historia de amor, un amor impensable y
amargo entre María Aparecida y Betinho. Una relación entrañable pero a
la vez tormentosa que comienza en el viejo y abandonado Cine Roma, que
es controlado por el temible Capitán Gay, un viejo pederasta que hace
negocio con los turistas prostituyendo a jovencitos.
Un día terminó la función en el cine. El Capitán pretendía
hacer mucha plata con aquella niña que bañadita y arreglada sería la
sensación entre los extranjeros. Pero Betinho con una voz agresiva le
advirtió al padrote “¡Nadie se mete con ella! ¿Entendió?”. El Capitán
sólo se rió burlonamente, sacó un revólver y se lo puso en la frente:
“escucha bien, hijo de puta. No te estoy preguntando. Te estoy mandando…
no me jodas si no quieres que te meta un tiro y a tu noviecita también.
Mañana la quiero lista a las seis”. ¿A dónde ir? Estaban hartos de ser
los mismos.
Lejos queda esa escena divertida –quizá uno de los pocos
momentos alegres de esta novela feroz- que armaron los integrantes de la
pandilla. Un show que montaron en el escenario del cine como si fuera
teatro, unos tocaban con chucherías y Maruim y Betinho se vistieron de
mujer, cantaron, bailaron, un verdadero espectáculo colorido.
Precisamente en ese largo instante a María Aparecida la bautizaron como
la reina del Cine Roma. Alguien sacó un churro de mota y la luz de la
luna se encargó de lo demás.
La pluma de Alejandro –escritor chilango- está lejos de ser
monótona para una historia que destila tanta violencia y sufrimiento.
Gracias a su textura narrativa –originalmente fue escrita en un
portugués callejero y él mismo hizo la traducción a un español chilango
barrial- la novela transita de un camino espinoso a explorar las
contradicciones, los miedos e ilusiones de esos jóvenes excluidos y
discriminados por la sociedad. Como lo dice Betinho-Roberta: “la gente
odia todo lo que es diferente, sabes, como si las diferencias fueran una
afrenta personal”. Estamos frente a una novela que nos recuerda que lo
único que tenemos para sobrevivir en este mundo de ruina es la
esperanza.
-¿Cómo definirías La reina del Cine Roma? Porque es de un realismo crudo…
Es difícil definir una novela porque se le encasilla en una sola interpretación. La reina del Cine Roma
es una historia de sobrevivencia de niños que viven y trabajan en las
calles de Salvador, Bahía, Brasil. Pero es también una novela que
explora las muchas dimensiones y contradicciones del género, una novela
en muchos sentidos erótica, y a fin de cuentas una historia de amor. Y
sí, se le ha leído como una novela cruda y realista, que retrata el
submundo de la vida urbana en Salvador, pero quizás eso habría que
matizarlo pensando en los frecuentes cuestionamientos del narrador sobre
la verdad y sus propias dudas sobre si lo que escribe refleja fielmente
la realidad. A fin de cuentas, ¿existe una sola verdad?
-¿Cuáles fueron los retos literarios para escribir esta novela?
La temática de la violencia y la marginalidad no es nueva,
en Brasil se ha tratado tanto que llega a ser moda, como lo es ahora en
México la literatura del narco y del crimen organizado. El gran desafío
es cómo escribir sobre estas temáticas sin transformarlas en
espectáculo. Porque en el momento que la obra literaria se convierte en
fuente de entretenimiento, pierde su potencial cuestionador (y desde
luego su calidad literaria). En ese sentido uno de los grandes retos es
lograr involucrar al lector no sólo como observador pasivo, sino como
copartícipe en el universo social que da origen a esa violencia y en los
dilemas existenciales de los personajes.
Desde luego la decisión de narrar la novela entera en la
jerga popular bahiana fue en sí un gran reto. Como explico en la “Nota
del traductor (que es también el autor)”, la novela la escribí
originalmente en portugués callejero. Para lograrlo pasé mucho tiempo en
las calles platicando con la gente y sobre todo escuchando, haciendo
anotaciones mentales de jergas, dichos, albures y formas de expresión.
Otro reto importante en el contexto de la literatura
brasileña fue escribir una novela con tan fuerte presencia de la ciudad
de Salvador a pesar del peso de la literatura de Jorge Amado en el
imaginario nacional. Son poquísimos los escritores bahianos
contemporáneos que se permiten trabajar con las muchas dimensiones de la
realidad bahiana, debido a una suerte de aversión profunda a la
folclorización que ha sufrido esa realidad y a las referencias
superficiales a la literatura amadiana por parte de las instituciones
culturales en aras de la industria del turismo. Y sin embargo esa ciudad
es tan intrigante que esa ausencia me parece absurda. Además, se trata
de una ciudad muy diferente de la que narró Jorge Amado hace tres
cuartos de siglo; una ciudad mucho más desigual, más violenta, más dura,
donde conviven de forma mucho más conflictiva las tradiciones y una
supuesta modernización que casi siempre violenta a la gente.
-¿Cómo describirías Salvador, Bahía? ¿Es un infierno en la tierra?
Yo no diría que Salvador es un infierno en la tierra. Al
contrario, es un lugar pulsante de humanidad. Lo que a mí personalmente
me impacta de esa ciudad es la convivencia simultanea entre lo mejor y
lo peor del ser humano, la belleza extrema y el horror, la luz y la
oscuridad. El fervor de una jovialidad desmesurada conviviendo con un
sufrimiento extremo; una alegría muchas veces desesperada. Salvador fue
la primera capital del Brasil y el estado de Bahía fue uno de los
mayores importadores de esclavos en Latinoamérica en el periodo
colonial. La herencia de la esclavitud se manifiesta no sólo en la
desigualdad, la explotación y la discriminación, sino también en la
resistencia, la profundidad de la cultura afrobrasileña, las religiones,
la capoeira, la relación con el cuerpo y una noción muy distinta del
tiempo.
Desgraciadamente hay muchos lugares en México y el mundo de
pobreza y desigualdad similares, y cada vez hay más. Una de las
características más preocupantes de la fase actual del capitalismo es la
producción sistemática de una población excedente que no le sirve al
sistema. No se trata ya solamente de una población de reserva de mano de
obra explotable, sino de personas que ni siquiera como obreros
explotados tienen lugar. Y el principal “depósito” de este excedente
humano son las periferias de los grandes centros urbanos.
-¿Por qué decidiste que Betinho fuera quien contara esta historia?
La narración en primera persona te permite inyectarle a la
novela las ambigüedades propias de la subjetividad. Y creo que las
propias ambigüedades de ese personaje permiten crear muchas capas de
interpretación. Sus conflictos de identidad sexual, su propia historia
personal que orienta sus decisiones y su necesidad de proteger a María
Aparecida, las marcas del sufrimiento personal que se reflejan en su
narración, su contradicción interna como malandro callejero y su ternura
femenina… Su incapacidad de narrar una historia objetiva, sobre todo
cuando describe cosas que no vio ni vivió y sólo puede imaginar, como
cuando se separan y él está viviendo su propio dilema en Río de Janeiro,
me parece que enriquece a la novela y permite diversas
interpretaciones.
-Me parece que el tema central es la esperanza.
¿Cómo encontrar y mantener esa ilusión de una vida mejor en un entorno
sin oportunidades?
Imposible dejar de hacerse esa misma pregunta cuando uno ve
a los niños y niñas que viven o trabajan en las calles, que sufren
tantas vejaciones y que sin embargo siguen luchando y apostándole a una
vida mejor. No todos lo logran, desde luego; de hecho la gran mayoría
tiene vidas cortas, trágicas y violentas. Pero aquéllos que continúan
luchando son una verdadera inspiración. ¿Cómo lo hacen? Ese es el
misterio. Es algo así como lo que Camus pensaba sobre el mito de Sísifo:
que es imperativo imaginarnos a Sísifo feliz.
-María Aparecida, Cida o Priscila es una joven de
tres rostros que siempre espera. ¿Por qué tiene que cargar esta cruz
toda su vida?
No lo sé. ¿Por qué hay gente que tiene que cargar cruces
tan pesadas? Es lo mismo que Betinho se pregunta constantemente. En
general las vidas de los niños y niñas que viven y trabajan en las
calles y que han perdido el vínculo con sus hogares y familias son así,
compuestas de pérdidas y de ausencia. Supe de un niño con una historia
así, que había sido acogido en una ONG. Una joven de clase media lo
conoció y le dijo que lo adoptaría. El día de la cita ella no llegó y
después de eso él regresó a las calles, se perdió en las drogas y no se
volvió a saber de él. Muchos no aguantan el peso de esa cruz.
-Los personajes centrales vienen de familias
disfuncionales, violentas, donde el dilema es huir para vivir o quedarse
para ser infeliz, ¿el Cine Roma es una especie de refugio para ellos?
¿Existe este cine?
El Cine Roma existe, o más bien existía, en el mismo lugar
donde lo describo: un enorme edificio Art Decó con cupo para mil 850
personas, fundado en 1948 y desactivado en 1985. Los habitantes de la
Ciudad Baja todavía lo recuerdan con cariño, no sólo por las películas
que ahí se proyectaban, sino por los conciertos de rock y de música
popular brasileña que atraían a gente de las clases populares y media de
la periferia de la ciudad. La novela se sitúa a finales de los noventa y
en esa época el cine estaba abandonado y en ruinas, precisamente como
se describe. Hace unos años fue restaurado y transformado en iglesia.
Creo que sí, el Cine Roma es un refugio para esos cinco
niños que construyen su día a día con solidaridad y alegría de vivir.
Pero desde luego hasta eso tiene su precio, y de eso se encarga el
Capitán Gay.
-Los personajes son putas, travestis, lesbianas,
¿es una forma de reivindicar a las minorías sexuales en nuestras
sociedades? ¿El escritor tiene que tener un compromiso social?
Creo que se trata de una opción personal y no hay fórmulas
sobre lo que la literatura debe ser. En mi caso, no creo en el arte por
el arte ni en una literatura preocupada exclusivamente con el mundo
interior. Como escritor, no puedo dejar de indagar sobre la realidad que
me rodea, sobre todo al observar los horrores cotidianos de nuestro
mundo. Sí creo en la literatura comprometida, aunque hay que tener mucho
cuidado para no atravesar la frontera que nos lleva a la literatura
panfletaria. La literatura no debe dar respuestas ni lecciones ni
apuntar caminos; la literatura debe cuestionar, plantear preguntas
incisivas sobre nuestro entorno social y sobre todo nuestra condición
humana.
-¿Cuál es la escena que te costó más trabajo a la hora de escribir?
En realidad muchas escenas me perturbaron, sobre todo las
escenas de abuso sexual. Es muy difícil imaginar lo que puede sentir una
niña o un niño en esa situación para quien no lo ha vivido. En muchos
sentidos escribir la novela fue una suerte de catarsis que me permitió
liberarme del peso de muchas historias que escuché y presencié en las
calles.
-¿Cómo fue el proceso de traducción? ¿Se convirtió
en otra novela al pasarla del portugués al español? ¿Cuánto tiempo te
llevó en escribirla y traducirla?
Como explico en la “Nota del traductor”, lo más difícil fue
dar con los criterios para la traducción. ¿Cómo traducir una novela
escrita enteramente en un lenguaje popular callejero repleto de jerga y
expresiones locales? La opción generalmente adoptada en esos casos es la
adaptación a otra jerga y a otro registro popular. Pero la riqueza del
lenguaje popular reside justamente en su capacidad de expresar el
contexto local como ningún otro lenguaje puede hacerlo, y la realidad
más global desde un punto de vista muy particular. Por lo tanto, la
adaptación a un registro lingüístico propio de otro contexto traiciona
el sentido original. La solución fue crear un lenguaje híbrido que
mantuviera mucho del portugués. En muchos sentidos sí, el resultado es
una obra distinta. La novela me llevó poco más de seis meses para
escribirla, un tiempo muy corto para una novela de ese tamaño. Pero en
la traducción me tardé más, unos ocho meses, más o menos.
Ofrecemos
a nuestros lectores una entrevista con el escritor Alejandro Reyes,
ganador del premio Lipp La Brasserie 2012 por su novela: La reina del cine Roma.
Brasil, la infancia y los equívocos de nuestro lenguaje…
Mercedes San Román
La mañana apenas empieza y sobre Alejandro Reyes se cierne una
jornada pesadísima: horas y horas de entrevistas coronadas por una
ceremonia de reconocimiento en la Brasserie Lipp del hotel JW Marriott.
El motivo del evento: presentar frente a la prensa mexicana La reina del cine Roma, su novela más reciente, esa que recibió el premio otorgado por la misma Brasserie Lipp para el año 2012. La reina del cine Roma
es una novela brillante que impresiona por su trama, por su temática y
por su manejo del lenguaje. En ella conocemos la historia de Betinho y
de María Aparecida, dos amigos que se conocen en las calles de Salvador
de Bahía, una ciudad en el noreste brasileño. A través de las historias
de estos dos personajes, Reyes consigue un retrato redondo de dos
realidades atroces dentro de la existencia urbana: el universo de los
niños de la calle y otro acaso más temible: el de la prostitución
infantil. Lejos de los lugares comunes y de las pretensiones moralistas
que suelen arropar estos temas, Alejandro Reyes consigue una expresión
literaria muy humana que conmueve y golpea, sin incurrir en expresiones
condescendientes.
Un paliacate rojo alrededor del cuello y una taza de café medio vacía
son las dos únicas armas que parecen acompañar a Alejandro Reyes frente
a las luchas del día. Pero, a pesar de todo, Alejandro sonríe y, además
lo hace con una sonrisa perfecta, convincente, haciendo un gesto que
podría haber sido dibujado por David Mazzuchelli para alguno de sus
héroes, si es que este artista americano gustara de dibujar sonrisas en
sus atormentados personajes. Reyes es también un combatiente, un
escritor comprometido pero riguroso que siente una pasión vertiginosa
para transmitir las voces de esos universos humanos que no suelen ser
representados en la literatura.
Así es como transcurre nuestra entrevista una mañana ruidosa en la Ciudad de México.
Primero, la pregunta obligada: ¿de dónde y cómo nace La reina del cine Roma?
La novela surge a partir de una vivencia de muchos años en Brasil.
Viví nueve años en este país y durante este tiempo tuve contacto con los
chavos de la calle y con todo este submundo que se retrata en la
novela. En cada página hay por lo menos alguna referencia, sutil,
indirecta, a historias que escuché en Brasil, a vivencias que yo tuve o a
algún hecho real. Es la expresión de experiencias, de colecciones de
historias que conocí y de muchas lecturas. Están también las visitas que
yo hacía al Hospital General que es un verdadero infierno en la tierra.
La novela está cargada de todo esto.
Pero una cosa es presenciar algo tortuoso y otra quererlo
contar: ¿de dónde surge esta necesidad tuya de escribir lo que viviste
en Brasil?
Yo pienso que hay dos cosas que motivan desde dentro a la hora de
escribir: una es la rabia y la otra es el amor. La rabia equivale a una
indignación ante el horror que se sufre en este mundo, pero en el caso
de La reina del cine Roma, son atrocidades contra niños: niños
que desde una edad muy temprana sufren abuso sexual de parte de los
familiares, niños que son golpeados, niños que padecen explotación de
parte de la policía. Es decir, estamos frente a niños que sufren una
letanía de terrores cotidianos y que, además, tienen que tolerar el
desprecio absoluto con el que son tratados por la gran mayoría de la
sociedad. Estamos hablando de seres humanos que padecen muchos tipos de
violencia: por un lado, la física; pero también todas esta formas de
violencia sutil y cotidiana en la que pareciera que a todos estos niños
que viven en la calle se les retira el derecho a la humanidad. Esto es
tremendo e indigna muchísimo; sin embargo, suele ser interiorizado como
algo muy normal.
La reiterada incomprensión que padecen estos niños es uno de los temas constantes en La reina del cine Roma…
Sí. En este asunto creo que los conceptos que ofrece
nuestro lenguaje no ayudan. Si el término “niño” ya es problemático,
imagínate lo que pasa con ideas como “niños de la calle” o, como en
Brasil, el término pibech. Existen toda una serie de etiquetas
que sirven para separar a los llamados “niños de la calle” de los niños
“tradicionales”, es decir, aquellos que parecen apegarse a la idea
occidental del niño como un ser protegido, un ser que no trabaja y un
ser que de ninguna manera está expuesto a la sexualidad. Esta es la
fantasía de la infancia; pero, del otro lado, tienes a un grupo de niños
cuya existencia no se apega a esto. Y entonces, ¿qué hacer? Tienes dos
opciones: puedes alarmarte e intentar, un tanto ingenuamente, buscar un
cambio en esta sociedad – sociedad de la que, por supuesto, te
beneficias desde una posición de privilegio-; o bien, puedes crear una
barrera artificial y decir: – a partir de aquí ya no estamos frente a un
niño- . Estas ideas falsas en torno a la infancia en general y, en
concreto, en torno a los niños de la calle, están muy presentes en la
ideología de nuestras sociedades. Inclusive las ONG repiten el error;
“les robaron la infancia”, dicen, cuando tratan con niños víctimas de
prostitución o bien con niños de la calle. Es decir: estos niños siguen
siendo niños, pero ¿ya les robaron la infancia? ¿Cómo funciona esto?
Es verdad: el planteamiento es ambiguo…
Sobre todo, perverso: si tú vas a las favelas brasileñas te topas con
niños que tienen casa, que van a la escuela, que tienen familias, étc.
pero que también trabajan en la calle vendiendo chicles, limpiando
vidrios o cualquier otra cosa. Estos niños, examinados desde fuera por
organizaciones bien intencionadas, se convierten en niños de la calle
por el hecho de trabajar ahí. Y entonces, de pronto su situación cambia:
en un segundo ya son peligrosos, ya se drogan, etc. y, por lo tanto,
para estas agrupaciones, ya no son niños. Esto es un ejemplo de la
confusión en que caemos gracias a nuestros conceptos. Si lo que se
quiere es atender la problemática, esta situación tiene que cambiar.
Llama la atención el compromiso que tienes con el lenguaje.
Esto no es común entre muchos escritores…¿Por qué lo haces? ¿Es una
cuestión personal, estilística? O bien por fidelidad a las propias
vivencias…
Las razones son estéticas, literarias, pero también políticas. A mí
me interesa hablar de las llamadas “realidades marginales”, esas que,
paradójicamente, son mayoritarias en el mundo. Me gusta explorar las
realidades marginales porque pienso que nos dicen mucho sobre el mundo
en el que vivimos y sobre nosotros mismos como seres humanos. Si vamos a
indagar en estas realidades, no podemos hacerlo utilizando el lenguaje
hegemónico, es decir, el lenguaje del centro. Hacer esto es repetir el
error de siempre: proyectar una mirada ajena sobre “lo otro”. El chiste
es hablar desde adentro; esta es la única manera de escribir sobre estas
problemáticas. Por todo esto traté de clavarme en el lenguaje de las
calles: pasé mucho tiempo en estos espacios. Busqué impregnarme con la
sonoridad del lenguaje de la gente: coleccioné frases, dichos y formas
enredadas de decir las cosas. Todas estas manifestaciones son, además,
expresiones llenas de poética; todas tienen un cantar y un ritmo muy
bonitos.
Has hablado de la necesidad de tratar el asunto de la
violencia a partir de la literatura. Sin embargo, también insistes en
que esta violencia retratada no puede convertirse, de ninguna manera, en
un espectáculo…
Cuando un escritor retrata la violencia física y lo hace,
exclusivamente, describiendo las manifestaciones externas de la misma,
fácilmente puede convertir todo en un espectáculo, pues el lector
recibe información desde su posición cómoda, obteniendo diversión, sin
ser invitado a un verdadero compromiso. El reto es que el espectador se
involucre en el problema como algo que también le compete. Es muy fácil
estetizar la violencia; es muy fácil transformarla en un espectáculo
propicio para el consumo: es claro que la violencia vende. Pero esto no
nos ayuda como sociedad ni como seres humanos. Lo que sí nos ayuda es
aquello que de verdad molesta, es decir, cuando vemos algo que nos pega y
que no nos deja permanecer sentados con tranquilidad, algo que nos
dice: “tú eres parte de esto”.
Llama la atención que cuestionas estas realidades sórdidas y
presentas a estos personajes complejos como seres llenos de humanidad;
es decir, nunca juzgas las acciones de tus personajes ni asumes una
postura condescendiente frente a ellos…
Si la literatura juzga pierde su verdadero potencial. La literatura
no está para juzgar: está para obligarnos a cuestionar la realidad. Por
ahí va la cosa. Pero este cuestionamiento no puede convertirse en un
compendio de respuestas; proponer un juicio significa proponer una
respuesta.
Las preguntas que me aquejan son todavía muchas pero en este mundo
saturado de categorías, hay una que me molesta como nunca en esta
entrevista: la del tiempo. Han transcurrido mis treinta minutos y tengo
que terminar la entrevista con Alejandro Reyes. Mientras Alejandro firma
mi ejemplar de La reina del cine Roma, emito una última
pregunta, una que es obvia pero necesaria: -¿Estás contento por el
premio? Directo, sin solemnidades chocantes ni falsas modestias,
Alejandro responde con una honestidad escasa entre escritores: – Sí. Lo
del premio está muy bien. Uno no escribe para conseguir premios pero
éstos se agradecen mucho, sobre todo por la difusión-.
Mercedes San Román
Ciudad de México, 1985. Estudió cuatro
años de derecho pero no terminó. En 2008 se matriculó en la UIA para
estudiar la carrera de Literatura Latinoamericana. En 2010 ganó el
premio ¨Carlos Fuentes¨ en la categoría de ensayo, reconocimiento que
concede la Universidad Veracruzana. Uno de sus relatos aparece en Los
testimonios, antología literaria y periodística centrada en la ¨guerra
contra el narco¨ en la que también participaron Diego Enrique Osorno,
María Rivera y Alejandro Almazán. Hace poco terminó la carrera de
Letras, comprobando, felizmente, que no es un parásito social. Ahora
ayuda a Pac Man en Revista Malinche.